02 junio 2009

En B



Incluso en aquellos angustiosos momentos, el señor Zaisberger creía tenerlo todo bajo control. Pero eso no era del todo cierto. Tenía tras de sí a cinco policías daneses, que esperaban con impaciencia que les dijera dónde estaba el libro de contabilidad “B” de Dan Malgenderson.
Christen Zaisberger era el contable de Malgenderson, un conocido mafioso que controlaba todos los hilos del juego ilegal, las drogas y la prostitución de la ciudad de Copenhague.
Arrodillado frente a la estantería y mientras hacía que buscaba el condenado libro, repetía, en su cabeza, la corta conversación que había tenido con Dan:
—Ese libro es como tu vida, Christen; si lo pierdes, estás muerto; si lo entregas a la policía, estás muerto. No habrá sitio en el mundo en el que puedas esconderte. Al final te encontraré.
—No se preocupe. Llegado el caso, lo protegeré con mi vida —le había contestado el contable.
Christen no tenía ninguna duda del lugar donde estaba escondido el libro de contabilidad, junto a la Smith & Wesson calibre 38 con cachas de marfil, y con un tambor de cinco balas que le había dado Gustav, “por si las cosas se ponen feas”.
Después de media hora de búsqueda, se levantó para intentar salir de aquel atolladero, diciéndole al Inspector Peter Holberg:
—Mucho me temo que el dichoso libro me lo han robado, porque no hay manera de encontrarlo.
—Déjate de cuentos, gusano. Sabes muy bien donde está el libro. Si no lo encuentras tú, lo haremos nosotros. Nuestros muchachos pondrán patas arriba toda esta pocilga y te aseguro que daremos con él. Si nos lo entregas, seremos condescendientes; en caso contrario, todo el peso de la Ley te golpeará en tu mandíbula como un mazo de hierro.
El contable se quedó unos instantes valorando lo que le había dicho el Inspector Holberg y volvió a hincar las rodillas en el suelo enmoquetado de su biblioteca, para seguir interpretando la pantomima de la búsqueda del libro. La paciencia del Inspector tenía un límite y se le estaba acabando.
Sin saber muy bien por qué, pensó en su mujer Martha y en sus hijos Lars y Greta. En el caso de que él faltara, su futuro económico estaría totalmente resuelto con los tres millones y medio de euros que tenía en el Banc Internacional d´Andorra, un dinero que había tomado prestado, con el paso de los años, de los fondos de la mafia.
La voz del Inspector lo devolvió a la realidad.
—Esto está pasando de castaño oscuro... No vamos a estar aquí todo el día.
Estuvo algunos minutos más haciendo como que buscaba el libro, mientras que los cinco policías parloteaban distraídos, observando de reojo lo que hacía Christen. El contable se fue desplazando hacia la parte izquierda de su biblioteca hasta llegar al punto exacto donde se encontraba el pequeño libro de contabilidad de tapas negras, en el que estaban todas y cada una de las operaciones delictivas de Malgenderson. Apretó el botón azul que ponía en funcionamiento el mecanismo que accionaba, de forma automática, la apertura de la pequeña caja fuerte empotrada detrás de las obras completas de los escritores rusos Dostoievski, Chejov y Tolstoi. Con disimulo, metió su mano sudorosa y temblorosa hasta tocar el revólver, lo sacó rápidamente y se lo colocó en el cinto, sin que los policías se percataran de ello. A continuación cogió el libro, se levantó, intentando que las desbocadas palpitaciones de su corazón no hicieran que su voz temblara y dijo en voz alta:
—Aquí está el maldito libro.
—Bueno, parece que al fin apareció. ¿Lo ves que cuando se quiere se puede? —le dijo Holberg al mismo tiempo que alargaba la mano y cogía el libro.
Todos los policías hicieron un corrillo alrededor del Inspector pensando que, al final, habían dado con la prueba definitiva que llevaría a la cárcel al hampón más perseguido de Dinamarca.
Por unos instantes, entre comentarios y risas, los agentes se olvidaron del enjuto contable. En ese momento, él cogió el revólver en sus manos y pensó: “¿Pero qué vas a hacer?, ¿disparar?, ¿matar a sangre fría a cinco policías? Eres un contable y no un maldito asesino. Las miradas del Inspector y de Christen se cruzaron durante un segundo, momento que este aprovechó para sacar su Smith & Wesson del 38 y empezar a disparar. El primer tiro fue a la cabeza del Peter Holberg, que cayó de bruces soltando el libro; los otros cuatro policías no tuvieron tiempo de reaccionar ya que, cuando lo hicieron, las balas de la 38 Smith & Wesson, habían destrozado sus cabezas.
Después del último disparo apareció Gustav, que había estado escondido en todo momento detrás de la estantería. Se miraron y sin decirle nada, el contable cogió el libro y el revólver, los introdujo en su cartera de cuero negro, y se dirigió corriendo hacia la parte trasera de su casa, seguido de Gustav. Entró en la habitación de su hijo Lars, saltó por la ventana que daba al garaje, entró, cogió las llaves de la Harley-Davidson, se montó en ella y de una patada la puso en marcha. El ronco motor de la motocicleta resonó en toda la casa mientras los tres policías que estaban fuera subían las escaleras después de haber oído los cinco disparos.
Gustav se plantó delante de él y le dijo con una sonrisa:
—Has hecho un buen trabajo. Jamás pensé que fueras capaz de hacer algo así.
— ¿Qué hacías en mi casa? —le preguntó el contable.
—Vine a buscar el libro. Nos habían dado un soplo, pero los maderos se me adelantaron.
—Bueno, pues ya lo tenemos. Sube, que los policías no tardarán en llegar.
—Sí, pero no he concluido el trabajo. Queda un fleco que cortar —le espetó Gustav, quien llevó la mano a la altura del riñón derecho, sacó una Star de nueve milímetros y le apuntó directamente al corazón.
—No creo que seas capaz, Gustav. He cumplido con mi parte, he protegido el libro.
—El señor Malgenderson jamás se ha fiado de ti, aunque, después de lo que has hecho hoy, es para hacerlo..., pero Dan nunca lo sabrá, sólo conocerá que yo, arriesgando mi vida, he protegido la seguridad de la organización, he acabado con la vida de cinco policías y la tuya, claro. Las órdenes son las órdenes y hay que cumplirlas —le dijo antes de descargar el cargador de la Star en el corazón del contable, sin darle la oportunidad de decir ni una palabra.
Gustav apartó el cadáver de Christen, recogió el maletín ensangrentado, subió a la Harley y abrió gas a fondo, pensando que el trabajo le había salido redondo.

También en:
https://steemit.com/spanish/@moises-moran/la-caja-b

5 comentarios:

  1. Intrigante todo el rato, hasta que al final el desenlance no es el que se espera, pero, el capricho del autor lo quiso asi.
    Para mi estás más que premiado.
    Un besito.

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  2. Anónimo12:37 a. m.

    Hola Moisés: el relato me encantó y no m omaginaba ese final.Me gusta mucho como escribes.Sigue así.Un abrazo.

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  3. Anónimo11:13 a. m.

    Si, muy interesante e intrigante.
    uy logrado. Me ha gustado mucho.

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  4. Estimado Moisés: veo que te introduces con vigor en la novela negra

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